Melisa Durando y Daniel Merlo reconstruyen una noche marcada por el desastre natural que alteró para siempre sus vidas. Una velada que comenzó como una más en el club Bahiense del Norte, terminó convirtiéndose en una tragedia que dejó heridos, víctimas fatales y una comunidad golpeada.
“Recuerdo que estaba en casa con mis hijos, preparando a mi nena para el evento. Como todos los años, nos cambiamos y fuimos al club. Era nuestra rutina”, relata Melisa, con la voz pausada, mientras revive el momento en que dejó a su hija en el vestuario antes de dirigirse a la tribuna.
La pareja había ocupado su lugar habitual en las gradas. Desde allí, podían observar con claridad las competencias de su hija. Sin embargo, esa noche, algo diferente ocurrió: “Empezamos a notar el agua entrando por las ventanas y los árboles afuera moviéndose intensamente. Luego, escuchamos un fuerte golpe en la pared“, dijo Daniel.
El caos estalló rápidamente. Una explosión, que después identificaron como una ventana rota, marcó el inicio de una pesadilla. “Lo último que recuerdo es haberme parado para irnos, y después, nada. Me desperté bajo escombros, ensangrentado y con ladrillos encima“, Describen. A pesar de sus heridas, logró arrastrarse hasta un lugar seguro.
Ambos sufrieron lesiones severas que, según los médicos, podrían haberlos dejado sin movilidad. Melisa tuvo una fractura expuesta en tibia y peroné, desplazamiento de sacro y daños pulmonares. Daniel enfrentó fracturas cervicales, lesiones en la columna y múltiples golpes. Sin embargo, ambos coinciden en que estar vivos y poder caminar es un milagro.
“Lo más duro fue estar tanto tiempo sin mis hijos. Las operaciones no importaban, solo quería estar con ellos“, expresa Melisa. Su recuperación avanzó cuando finalmente pudo regresar a casa.
En medio de la confusión, supieron que otros no habían tenido la misma suerte. “Desde el principio, sabíamos que había fallecidos, aunque no sabíamos cuántos ni quiénes. La noticia más dura fue la de un matrimonio amigo nuestro del club“, comentaron.
A casi un año del suceso, el sentimiento de tristeza convive con la gratitud de estar vivos. “Lo que pasó fue un hecho de la naturaleza. Nos tocó estar ahí. Siento enojo, pero también agradezco la oportunidad de seguir viviendo“, reflexionaron.
