En el barrio Los Olivos, un sector en pleno crecimiento ubicado detrás del mercado de frutas, la inundación fue tan real como en cualquier otra zona afectada, pero sin cámaras, sin foco, sin respuestas concretas.
Aníbal, vecino de la calle Hugony al 2900, lo resume con crudeza: “Salimos literalmente con el agua acá. Mi cuadra se inundó completamente y todavía hoy seguimos padeciendo. No importa si llueven 10 o 140 milímetros, siempre terminamos con el agua en los tobillos”. La falta de infraestructura hidráulica y de respuestas estructurales es el gran reclamo del barrio. Las máquinas aparecen, tiran tierra, pero no hay soluciones duraderas. “Necesitamos una obra faraónica, pero no podemos seguir esperando. Ya esperamos demasiado”, dice con frustración.
Flavia, otra vecina, todavía carga con el miedo. No pudo volver a su casa hasta dos semanas después del temporal. “Los primeros días miraba por la camarita si volvía a entrar el agua. Ahora tengo casi 40 metros de barro en la entrada. Encajan los autos, no se puede ni caminar. Esto no es solo por la inundación del 7 de marzo, cualquier lluvia deja el barrio en el mismo estado”.
El testimonio se repite. Mari, vecina de la plaza, cuenta que su casa tuvo más de 50 centímetros de agua adentro. El espacio verde, que debería ser un lugar de encuentro, hoy es un basural y un pozo donde se acumula el agua de todo el barrio. “Queremos que nos visibilicen. No podemos seguir viviendo con el corazón en la boca cada vez que llueve”, afirma.
Marilyn, en tanto, ya perdió el auto. Vive en medio de una laguna y no puede salir de su casa. Su vereda se convirtió en calle improvisada para vehículos que evitan los charcos. “Le supliqué a la delegada una zanja para drenar, pero siempre hay excusas. Llueve cada dos o tres días, la tierra se afloja, y todo queda peor. No podemos vivir así”, lamenta.
Los vecinos coinciden en algo: no es solo barro. Es el miedo, la incertidumbre y la sensación de estar solos. Muchos, como la hermana de Flavia, piensan en irse. “Invertimos todo lo que teníamos para construir una vida acá. Hoy sentimos que fue un error”, confiesan.
Según relatan, hay un proyecto hidráulico para la zona que data de 2008. “Está encajonado. Nos dijeron que es muy caro, pero ¿cuánto más caro puede ser vivir así?”, se preguntan. Mientras tanto, esperan la llegada de un ingeniero de la UTN para que los asesore técnicamente y puedan exigir con más fundamentos lo que llevan años pidiendo: una solución real.
Aníbal, Flavia, Mari, Marilyn, y tantos otros vecinos de Los Olivos, no piden privilegios. Piden lo mínimo: poder salir de sus casas sin miedo, poder caminar por sus calles sin embarrarse hasta los tobillos, poder vivir con dignidad.
“Pagamos impuestos, trabajamos, construimos nuestras casas con esfuerzo. Solo queremos que nos vean”, repiten. Porque hasta hoy, como ellos mismos dicen, nadie sabe quiénes son. Y sin visibilidad, el agua no solo arrasa con paredes: arrasa con la esperanza.
