A dos meses de la inundación que arrasó a Bahía, los rastros del agua todavía se sienten. Si bien algunas calles han sido reparadas y el barro es ahora un recuerdo, los vecinos de Cerri continúan conviviendo con las consecuencias de un desastre que modificó por completo su vida cotidiana.
Cristina Molina, vecina y ex concejal, lo resume sin rodeos: “Se perdió todo”. Su relato es con la crudeza del momento vivido, y también por el temple con el que hoy observa lo que quedó en pie y lo que todavía falta reconstruir. Su madre, de 100 años, fue una de las evacuadas el 7 de marzo. “La cruzaron desde la vereda de enfrente y la bajaron con un arnés. Había cumplido 100 años la semana anterior, y una semana después perdió todo”, relató.
La casa de Cristina y de su madre fue una de las tantas en las que el agua llegó a más de un metro y medio. “Perdimos todo: el parqué, los muebles, los recuerdos. El piano de mi mamá, que fue profesora de música durante años en Cerri, quedó arruinado. Las teclas están todas hundidas.”
En este presente aún lleno de carencias, también hay señales de reconstrucción. “La semana pasada vinieron camiones, máquinas, arreglaron todas las calles. No hay más barro ni agua. Los chicos de la cooperativa de trabajo de Cerri son bárbaros, dejaron todo impecable”, reconoció Molina. Sin embargo, adviertió que aún hay tareas pendientes: “Falta limpiar el arroyo que está cerca de mi casa. Tiene un caño que impide avanzar con la limpieza, y tampoco se han destapado las bocas de tormenta”.
Uno de los problemas más urgentes es el acceso al agua potable. “No hay agua, y la poca que sale es de muy mala calidad. Está sucia, no se puede usar ni para cocinar”, denunció. En este contexto, la ayuda sigue siendo clave. “Las cooperativas y vecinos solidarios traen bidones desde surgentes en la lanera. Antes llegaba agua mineral de todos lados, pero ahora cada vez menos”, explica.
Cristina hace una pausa cuando se le pregunta por el estado de ánimo del pueblo. “La gente estaba muy mal. Lloran, recuerdan lo perdido. Pero también hay un cambio: la solidaridad fue tan grande que, en parte, ayudó a levantar el ánimo.” Resaltó especialmente la labor de la Fundación Sí, que llevó donaciones a vecinos y escuelas. “Regalaron todo el mobiliario nuevo para la escuela secundaria, que estaba destruida. Los bancos flotaban en el agua.”
Cerri es hoy un pueblo que camina entre el dolor y la esperanza. Quedan escombros y caños rotos, pero también hay manos que ayudan, vecinos que se organizan y una comunidad que, poco a poco, vuelve a ponerse de pie. “Lo que pasó fue tremendo. Pero la gente que ayudó, los bomberos, las cooperativas, la fundación, los que donaron colchones y cocinas, hicieron que esto no sea solo una tragedia. Fue también una muestra inmensa de humanidad.”
Esta entrada ha sido publicada el 7 de mayo, 2025 13:28
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