A veces, el talento necesita tiempo para ser entendido. Y otras veces, simplemente necesita espacio para crecer. La historia de Camila Martínez, joven bahiense de 21 años, es una prueba de ello. Se graduó de la carrera de Ingeniería Electrónica en la Universidad Nacional del Sur con un promedio de 9.60, el más alto de su promoción.
Pero su recorrido académico empezó mucho antes. A los 15 años ya había terminado el secundario, tras haber sido promovida de grado dos veces durante su escolaridad por su notable desempeño. “Yo fui al colegio Rosario Vera Peñaloza desde jardín. Ya ahí notaban algo raro: llegaba llorando todos los días a casa. Mis papás pensaban que era un problema con otros chicos, pero era que me aburría. No quería ir. Entonces empezaron a hacer estudios y, con mucho apoyo, se decidió adelantarme un año en primaria y otro en secundaria”, relata con naturalidad.
Camila no solo tenía una gran capacidad intelectual, también contaba con el respaldo de una familia atenta que supo acompañarla en cada etapa. “Mis papás estuvieron en cada paso. Ellos vivieron todo el proceso desde el principio. Quizás yo tengo recuerdos más claros desde tercero de primaria, pero para ellos fue todo muy intenso. Hoy están emocionados igual que yo”.
Una carrera elegida a conciencia
A los 15 años, cuando la mayoría de los adolescentes aún no tiene claro qué quiere hacer en el futuro, Camila debía decidir su próximo paso. “No sabía exactamente qué quería estudiar. Me interesaba la ingeniería biomédica y hasta consideré mudarme a Buenos Aires. Pero mis papás no querían que me fuera sola tan chica, y lo más parecido que encontré acá fue Ingeniería Electrónica”, cuenta. La influencia de una docente, Diana Sánchez, a quien conoció en el último año del secundario, terminó de inclinar la balanza.
Así empezó su camino universitario en una etapa atípica: plena pandemia. “Empecé en 2020, todo virtual. Fue un año raro para todos, pero igual hice amigos, armamos grupos, nos apoyamos mucho. En segundo año ya nos conocimos en persona. Muchos no sabían mi edad real hasta que se los conté en tercero. Se sorprendían bastante”, recuerda entre risas.
Más allá de los números
Si bien el promedio de 9.60 es impresionante, lo que más resalta en Camila es su forma de hablar del proceso: sin soberbia, con gratitud. “Siempre voy a estar agradecida con la universidad, con los profesores y con mis compañeros. Fue una etapa hermosa. Me hicieron sentir muy bienvenida desde el primer día”.
En la ceremonia de colación, entre abrazos y lágrimas, su familia la acompaña como lo hizo desde aquel primer día en que volvió llorando del jardín. “Parece que estuvimos todos esperando este día desde hace años. Es muy especial. Es cerrar una etapa y mirar hacia adelante”.
Camila Martínez no solo es la mejor promedio de su promoción. Es el reflejo de una historia poco común, donde la inteligencia se combina con sensibilidad, constancia y un entorno que supo entender que ser diferente no es un problema, sino una posibilidad.
