Lorena Gervasio no necesita exagerar. Basta con escucharla. Lo que vivió durante la última inundación fue, en sus palabras, “catastrófico”. Su vivienda quedó arrasada, sus hijos fueron evacuados, y junto a su marido durmieron días enteros sobre tablones sostenidos por caballetes, por miedo a dejar la casa vacía y sufrir saqueos. “Comíamos entre desechos cloacales”, cuenta. Y sin embargo, más de un mes después del desastre, asegura no haber recibido ni un peso de ayuda del Estado.
“No cobré ni el subsidio de Provincia ni el de Nación. Uno figura como acreditado y el otro en proceso de pago hace un mes. Pero no tenemos nada. Ni una respuesta, ni una visita, ni asistencia”, denuncia.
Gervasio dice haber presentado todos los reclamos formales: ante la Municipalidad, con el Concejo Deliberante, pero no hubo eco. “Yo me pregunto, ¿cuál fue el criterio para entregar subsidios? Porque hubo familias menos afectadas que cobraron varias veces, y nosotros, que estuvimos con el agua hasta la cintura, no recibimos nada”, afirma.
La desigualdad en la distribución de la ayuda económica es otro de los ejes de su enojo. “Mi hija vive al lado mío, con otro medidor. Ella cobró. Yo no. ¿Por qué? ¿Quién define esto? ¿Hay que tener amigos o contactos para que te reconozcan como damnificado?”, se pregunta con amargura. Y lanza un reclamo directo: “Le pido al intendente que dé la cara. Que venga a pelear por los vecinos que lo votamos”.
Más allá del dinero, lo que subyace en su testimonio es una sensación de abandono estructural. La bronca de haber estado sola, sin presencia del Estado en pleno desastre. “No apareció nadie: ni Defensa Civil, ni la sociedad de fomento, ni la Municipalidad. Éramos vecinos caminando con bolsas de ropa en la cabeza. Yo no me siento representada por nadie. Nos dejaron solos.”
También cuestionó el manejo arbitrario de otras ayudas, como la entrega de un bono por parte de la cooperativa eléctrica: “No cobré esos 40 mil pesos porque no fui a la municipalidad a pedir una bolsa. ¿Es necesario eso? ¿Cómo tenemos que manejarnos para que nos escuchen?”, plantea.
La palabra que repite es “defraudada”. Por el Estado, por quienes gobiernan, por la ausencia de gestión. “Yo no estoy pidiendo limosna. Estoy exigiendo lo que nos corresponde como damnificados. Que dejen de robar un poquito y se ocupen de lo que realmente importa.”
