“Más que una falta de atención, parece un castigo”. La frase no es una metáfora apurada ni un recurso retórico. Es una descripción cruda, directa, de lo que hoy vive el sistema universitario argentino. Lo dijo Diego Poggiese, decano del Departamento de Humanidades de la Universidad Nacional del Sur (UNS), y lo respaldó Pamela Tolosa, decana de Derecho. Ambos coinciden en que el deterioro de la educación pública ya no es un síntoma más del ajuste: es parte de una estrategia de vaciamiento que está erosionando las bases mismas del sistema.
El problema no es nuevo. Pero desde el año pasado, advierten, la situación tomó un giro más profundo. “Es como si fuera un programa de destrucción planificado”, señala Poggiese, y no lo dice livianamente. Lo sostiene con cifras, recortes y decisiones que afectan el funcionamiento diario de las universidades: pérdida acelerada del poder adquisitivo docente, reducción de programas, parálisis en obras de infraestructura y presupuestos que no alcanzan ni para sostener lo esencial. “Publicamos que los salarios se redujeron como si se hubiera recortado a la mitad la planta de la universidad”, apunta.
¿Cuál es el objetivo de este recorte?
Esa es, quizás, la pregunta más inquietante. “No tiene ninguna racionalidad económica”, insiste Poggiese. No se trata de eficiencia ni de ahorro: el ajuste no mejora nada, solo destruye. “Las razones deben ser ideológicas. No hay otra explicación.” El resultado es tangible: investigadores que migran, carreras científicas que se cierran, docentes que abandonan las aulas y estudiantes que encuentran cada vez más difícil terminar sus trayectos formativos.
Pamela Tolosa, por su parte, reconoce que el sistema viene arrastrando complicaciones desde hace años. Pero lo que cambió ahora es la lógica que opera sobre las universidades: una mezcla de desconocimiento y desinterés, sumado a una voluntad explícita de desfinanciar áreas estratégicas como la investigación. “Hoy el panorama es absolutamente negro. Perdemos jóvenes formados, que se van del CONICET o directamente del país. Y formar un recurso humano lleva años, no se reemplaza de un día para otro.”
Además del daño a largo plazo, la urgencia también golpea en el presente: cada vez cuesta más cubrir cátedras, abrir nuevas carreras o sostener propuestas que respondan a necesidades sociales concretas. “El año pasado lanzamos una carrera de Seguridad Pública a distancia, con una demanda enorme. Pero ahora cuesta sostenerla. Porque faltan docentes, faltan recursos, faltan incentivos para quedarse.”
Sin voz en la agenda pública
Lo más grave, coinciden ambos decanos, es el silencio. La falta de discusión pública, el vacío de debate político serio. “Nos cuesta incluso poner este tema en agenda”, lamenta Tolosa. Hoy, por ejemplo, las universidades están recolectando firmas para que el Congreso debata una nueva Ley de Financiamiento Universitario. Pedir ser escuchados en el lugar por excelencia donde deberían discutirse estos temas. Pedir lo básico en una democracia.
Esta entrada ha sido publicada el 26 de junio, 2025 14:11
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