El barrio San Miguel lleva cuatro meses conviviendo con un socavón que partió la vida diaria de sus vecinos. Entre promesas sin cumplir, obras a medias y calles intransitables, el malestar se transformó en grito.
“No se puede vivir más así”, resume una vecina. Su testimonio, como el de otros habitantes del sector, pinta una postal alarmante: calles intransitables, vecinos aislados, vehículos caídos a la zanja, problemas con el agua, promesas incumplidas y una sensación de abandono que se profundiza con cada lluvia.
El socavón que partió la rutina
Todo comenzó tras una fuerte lluvia que afectó la zona. El agua socavó una parte importante de la calle, dejando un pozo profundo frente a varias viviendas. Desde entonces, los vecinos tuvieron que improvisar: rellenar con escombros, romper alambrados para crear pasos alternativos, pedir ayuda a otros frentistas. “Gracias a un vecino pudimos hacer una salida por atrás, pero nos llevó dos meses y tuvimos que romper el alambrado. Hoy está todo roto, y seguimos igual”, contó un jubilado.
Promesas que se llevó el agua
El delegado municipal se hizo presente recién al mes del primer incidente. “Nos dijo ‘quédense tranquilos, vecinos, que vamos a solucionar todo’. Nunca más volvió. Nunca más”. Desde entonces, los vecinos siguen esperando respuestas concretas. “La delegación no tiene máquina, están todas rotas. Entonces, ¿para qué tenés delegación si no podés dar respuestas?”, cuestionó una mujer.
Las consecuencias de este abandono ya son graves: cuatro vehículos, entre ellos una fumigadora municipal, cayeron en la zanja frente a una casa. Y cada nueva lluvia agrava el escenario. “Esta tierra no está sentada, se sigue socavando. La humedad cede todo”, lamentó otro frentista.
Calle Los Nogales, una de las más afectadas, quedó convertida en un laberinto intransitable. “Hay gente mayor que no puede salir. Se hacen zanjas para intentar salir en auto, pero cada vez es más peligroso”, relatan.
Sin cordón cuneta, sin asfaltado prometido, con calles donde no se puede transitar y con vecinos que llevan meses sin poder usar con normalidad sus propios hogares, la situación se volvió límite. “Yo tengo un precipicio en la puerta de casa. Me descompongo cuando tengo que salir. Si me caigo, pierdo la única herramienta de movilidad que tengo para llevar a los nenes a la escuela. Estamos a la deriva”, expresó otra vecina.
Una bomba sin explotar
La sensación general es la de una bomba latente. “Esto es peor que las bombas. Porque si se puede arreglar y no lo hacen, ¿qué están esperando? ¿Otra tragedia? ¿Otra lluvia como la que hubo?”, se preguntan.
