“Una semana. Mañana va a ser justo una semana que estamos sin agua. Sin una gotita. Nada. Nada”. La frase cruda y sin rodeos es de Sandra Cabral, vecina de la localidad de General Daniel Cerri, que desde hace siete días vive en un estado de deseperación. Sin agua para bañarse, para cocinar, para higienizarse, ni siquiera para llenar un balde. Y con un padre discapacitado postrado en una cama, la situación toma un tinte aún más desesperante.
La interrupción total del suministro de agua afecta a una amplia zona de Cerri y expone, más allá de la coyuntura, la fragilidad estructural de los servicios públicos y la falta de respuestas claras por parte de las empresas responsables.
“Todos los días estamos yendo a ABSA, nos dicen que están trabajando, pero vos ves a alguien trabajando? No hay nadie. Nadie se hace cargo”, explica Sandra, visiblemente agotada. “El pueblo se lava las manos, el delegado se lava las manos… y mientras tanto, nosotros no nos podemos ni lavar la cara”.
Los relatos se multiplican: personas que deben caminar varias cuadras hasta un surgente para llenar recipientes, calles intransitables por el barro, familias enteras improvisando rutinas de supervivencia en pleno invierno. “Estamos viviendo en la era del hielo, porque la verdad es una vergüenza como estamos viviendo”, lamenta Sandra.
Lo que comenzó como un corte vinculado al temporal de semanas atrás, se transformó en una crisis crónica sin resolución a la vista. La falta de un plan de contingencia por parte de las autoridades, la nula comunicación oficial y la constante derivación de responsabilidades entre empresas, profundizan la sensación de abandono.
En un contexto donde el acceso al agua es un derecho básico, en Cerri se vuelve un privilegio escaso. “El agua es lo principal. Lo básico. Y ni eso tenemos”, dice Sandra con impotencia.
