En el año 2000, en el Hotel Argos, la voz de América Latina compartió un encuentro íntimo con periodistas y mujeres referentes de la ciudad. A 90 años de su nacimiento (el pasado 9 de julio), recordamos aquella visita que dejó palabras tan profundas como eternas.
A veces la historia no se grita, se susurra. O se canta. El 9 de julio de 1935 nacía en Tucumán, Mercedes Sosa, y aunque su voz cruzó continentes, pueblos y dictaduras, hay momentos que no figuran en los libros, pero permanecen vivos en la memoria de quienes los vivieron. Uno de esos episodios ocurrió en Bahía Blanca, en el año 2000, cuando la “Negra”, como la nombraban millones con afecto y admiración, se encontró cara a cara con un grupo de mujeres periodistas y referentes del ámbito público en el Hotel Argos. Una charla íntima, franca y tan lúcida como siempre fue ella.
Canal Siete fue testigo de ese encuentro. No había escenario, ni luces, ni ovación. Solo una ronda y una Mercedes reflexiva. Era el Día Internacional de la Mujer, y no hubo discurso vacío: habló desde las entrañas.
Con la cadencia que la caracterizaba, Sosa advirtió sobre la obsesión por los cuerpos perfectos, las cirugías estéticas que ya comenzaban a marcar una época: “Nunca he visto en ningún lugar esta desesperación de las mujeres por la belleza, esta inseguridad tremenda. Ni siquiera en Europa, donde he estado el año pasado. Solo quizás un poco en Italia, pero no en Francia. Las francesas, por ejemplo, no toman sol, saben que el sol es peligroso. Se cuidan, pero no desde la desesperación”. Y agregó, como una crítica y un lamento: “En Argentina hay una presión cultural fuerte, y es ahí donde la mujer tiene un rol clave en cambiar los sentidos que nos imponen”.
Pero no se quedó solo en eso. Como embajadora de UNICEF, hizo foco en la niñez, en la marginalidad y en la urgencia de darle identidad a quienes nacen invisibles. “A los niños se los debe respetar. Si no se los ama desde la infancia, no podemos pretender adultos felices”, dijo con voz firme. Recordó los trabajos con niñas y niños en Centroamérica y Sudamérica, la lucha por el derecho a un nombre, a un hogar, a una vida digna. Y lanzó una advertencia que, dos décadas después, sigue latiendo: “Los niños se escapan de los hogares cuando no tienen qué comer, cuando no hay respeto. Y un niño sin respeto, es un adulto sin paz”.
Aquel día, Mercedes habló también del descanso. No el físico, sino el espiritual. Dijo que aunque vivía en Buenos Aires desde hacía 42 años, sus cenizas iban a descansar en Tucumán, sobre el cerro San Javier, su barómetro personal. Porque como todo artista del pueblo, ella sabía que la raíz no se abandona, se honra.
Hoy, a 90 años de su nacimiento, cuando su figura se vuelve recuerdo y presencia al mismo tiempo, Bahía Blanca la recuerda como esa mujer que no vino a cantar: vino a decir. Y lo hizo con verdad. Como cuando sentenció, sin rodeos: “La Argentina es culturalmente muy importante, y las mujeres tienen mucho que ver en eso. Hay que seguir cambiando las cosas, no quedarse mirando”.
