
Entre las esquinas del microcentro y los semáforos donde trabaja como artista callejero, la imagen de Ezequiel suele llamar la atención: sobre su mochila, firme como un compañero de ruta, viaja su perro. “Es algo que pasa en todos los lugares que he estado, que siempre que estoy en un semáforo o caminando con mi perro en mi espalda llama la atención de todo el mundo”, cuenta el joven venezolano, que desde hace algunos meses se instaló en Bahía Blanca para dedicarse al estatuismo.
Ezequiel salió de Venezuela hace casi ocho años, empujado —dice— por la situación difícil que atravesaba su país. “Salí hace siete años y diez meses”, recuerda con precisión. La intención inicial era cruzar fronteras para buscar mejores oportunidades, pero el viaje le cambió la vida: “Empecé a conocer y adopté una nueva cultura, la del viajero. Hoy en día me considero una persona viajera porque siento paz a través del viaje”.
En Sudamérica recorrió miles de kilómetros, casi siempre acompañado por su perro, que conoció de manera fortuita cuando era apenas un cachorro. El vínculo entre ambos nació en la calle y se consolidó con el tiempo. “Él se me acostó en la cobija donde yo estaba durmiendo. Me dio ternura y lo dejé ahí. Al día siguiente seguí camino y un compañero me dijo ‘voltea’. Venía el perrito bien chiquitico caminando detrás de mí. Lo alcé y fue lo mejor que me pasó en la vida”, relata.
El primer año convivieron entre travesías y destrozos típicos de un cachorro inquieto, pero con las largas caminatas llegaron los cambios. “El viaje nos tocó caminar kilómetros y eso lo ayudó a calmar su temperamento. Y después que él cambió, hizo que yo cambiara el mío”, asegura. Hoy, con casi ocho años juntos, lo define sin rodeos: “Es la base fundamental de mi vida”.
Entre las muchas anécdotas del viaje hay una que aún lo emociona: el día en que se reencontró con su perro tras haber sido separados en la frontera entre Perú y Chile. Por una ley local, los carabineros se lo quitaron y él fue detenido durante quince días. “Yo esos 15 días no vi a mi perro… me habían quitado parte de mi vida”, recuerda. Pero el final fue inesperado: “Cuando salí, lo encontré a una cuadra y media. Para mí caminó por el desierto. Fue como que volvió la felicidad a mi vida”.
Desde entonces no volvieron a separarse. Hoy Bahía Blanca es una escala más en su camino, donde combina el arte callejero con la vida de viajero. Su perro sigue en su espalda, tan firme como el primer día.
Esta entrada ha sido publicada el 22 de noviembre, 2025 08:05
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