El Concejo Deliberante distinguió este martes al ingeniero Julián Petrina, creador del robot A.N.A., una pieza única que combina arte, tecnología y aprendizaje emocional. El reconocimiento llegó luego de que el robot —capaz de pintar en función de estímulos afectivos y musicales— comenzara a ganar notoriedad en distintas muestras y eventos culturales.
Petrina contó que el proyecto nació de una observación íntima y cotidiana: su vínculo con su hija Emilia. “Ana es mi segunda hija mecánica”, definió. El ingeniero explicó que empezó a trabajar en el robot cuando veía cómo su hija pequeña disfrutaba de dibujar y relacionarse con el mundo: “Empecé a ver cómo ella se movía, cómo disfrutaba de la relación con sus padres y sus pares. Dije: ¿dónde reside la emoción de pintar? ¿Por qué cuando uno pinta se siente bien?”.
A.N.A. —ya en su tercera versión— es un robot diseñado para recibir feedback positivo, aprender de él y modificar su comportamiento en consecuencia. Petrina detalló: “Tiene la capacidad de aprender, de transmitirle a otro robot lo que aprendió a hacer. Cada dibujo tiene una carga emotiva: cuándo aprendió a hacerlo, cómo estaba yo en ese momento, cómo le dije cuánto me gustaba lo que estaba haciendo”.
El creador recordó emocionado la primera vez que el prototipo funcionó: “Fue fabuloso la primera vez que la idea empezó a funcionar. Dije: ‘Esto funciona’. Y automáticamente me di cuenta de que me había quedado chico el modelo”. La consagración pública llegó en 2023, cuando Ana se presentó ante una audiencia real: “Fue una revolución que Ana esté con un pianista, rodeada de gente, y que la gente esté emocionadísima por lo que estaba mirando. Estaban viendo un pedazo de plástico que podría estar en cualquier comercio, y sin embargo la gente estaba casi hasta las lágrimas”.
El robot también reacciona a estímulos musicales, pintando al ritmo de lo que escucha. Petrina lo describe con un paralelo humano: “Ella pinta cuando hay música, de la misma forma que nosotros bailamos, aunque el ritmo no sea nuestro favorito. Ese movimiento hace que a uno le suba la dopamina y empiece a disfrutar más, y por lo tanto lo sigue haciendo”.
