En el fútbol argentino hay protagonistas que se ganan un lugar por sus fallos, por sus gestos, por la polémica. Y hay otros, como Sebastián Martínez, que construyen su camino sin estridencias, entre decisiones firmes, silencio y un ascenso sostenido. Bahiense, nacido en enero de 1990, forjado en las inferiores de Liniers, hoy con 35 años dirige algunos de los partidos más exigentes del torneo de AFA. Y desde este año, además, es árbitro internacional.
Su historia no sigue el guión habitual. No tuvo paso por la Liga del Sur como árbitro. Su debut fue en 2019, en la Primera B, y desde ahí fue escalando hasta llegar, en 2022, a la Primera División, cuando Unión y Central Córdoba (SdE) jugaron la última fecha del campeonato. Desde entonces, ha estado en encuentros de peso. El último, Racing vs Estudiantes de La Plata, lo tuvo como juez principal, en una noche gélida en Avellaneda donde, en la previa por ESPN, soltó con naturalidad: “Soy de Bahía Blanca, estoy acostumbrado”.

Pero su nombre muchas veces no se pronuncia con identidad propia. Lo llaman “el sobrino de Beligoy”, como si llevar ese apellido lo definiera. Sebastián es familiar del Secretario General de la Asociación Argentina de Árbitros, sí. Pero es también un árbitro que, en la cancha, habla con su desempeño. A veces discutido, otras veces inadvertido, lo que en este oficio puede ser una virtud, sigue construyendo un perfil propio, entre el ruido del fútbol y la necesidad constante de justificar cada fallo.
De patear en el Complejo Zibecchi, donde jugaba de delantero en la categoría ’90 de los chivos, a representar al arbitraje argentino en el plano internacional, Sebastián Martínez traza un recorrido que no necesita etiquetas ajenas. Su presente lo encuentra expuesto como todos los que tienen el silbato, pero firme. En un ambiente que suele ser ingrato y voraz, él camina concentrado. Sin estridencias, pero sin frenos.