
A 40 años de la trágica inundación que arrasó la Villa Epecuén —uno de los destinos turísticos más emblemáticos de la Argentina del siglo XX— la localidad de Carhué volvió este lunes a poner en palabras un recuerdo que aún duele. El derrumbe del terraplén en la madrugada del 10 de noviembre de 1985, tras días de sudestada y lluvias extraordinarias, dejó bajo el agua un pueblo entero y obligó a la evacuación de miles de personas.
En diálogo con Canal Siete, Gastón Partarrieu, director del Museo de Epecuén, describió el aniversario como un momento de memoria activa y emociones encontradas. Según explicó, para la comunidad el tiempo transcurrido es apenas un parpadeo: “Es mucho tiempo cronológico, pero poco para asimilar lo que se vivió. Para quienes perdieron su casa, su lugar y su historia, sigue todo a flor de piel”.
La catástrofe fue el desenlace de un proceso que muchos habitantes ya advertían. La laguna había alcanzado niveles críticos luego de años de lluvias por encima de lo habitual, entre 1978 y 1985, mientras Epecuén permanecía protegida por un terraplén elevado a unos cuatro metros sobre el nivel del terreno. Partarrieu detalló que algunos sectores ya mostraban filtraciones antes del colapso final: “Bastaba una lluvia más para que el agua ingresara”.
La ruptura del terraplén ocurrió durante la madrugada, en un horario que redujo la capacidad de respuesta. Bomberos, autoridades y vecinos se movilizaron de inmediato, pero la crecida avanzaba a un ritmo inexorable: un centímetro por hora. Mientras Carhué se convertía en el centro de la autoevacuación, la inundación avanzó durante una semana, dejando la villa sumergida por completo.
La tragedia expuso también una combinación de factores naturales y estructurales que marcaron el destino del pueblo. Epecuén, explicó Partarrieu, está asentada en una cuenca endorreica —sin salida natural al mar— y fue construida prácticamente sobre la orilla de una laguna salina que solía secarse de manera periódica. Las obras realizadas durante décadas, pensadas para evitar que la laguna perdiera agua, nunca contemplaron un escenario de lluvias extraordinarias y prolongadas.
Antes del desastre, Epecuén había sido uno de los destinos termales más prestigiosos del país. Sus aguas, comparadas con las del Mar Muerto, atraían desde principios del siglo XX a turistas que buscaban tratamientos naturales. En 1927 se inauguró allí el complejo termal más importante de Sudamérica: Minas de Epecuén. En su época de esplendor, especialmente en los años 70, la villa llegó a recibir 20.000 a 25.000 visitantes por temporada, con apenas un centenar de habitantes estables y una capacidad hotelera que rondaba las 5.000 plazas. “Era la tercera cosecha del distrito”, recordó Partarrieu, en alusión al impacto económico que generaba.
Hoy, cuatro décadas después, las ruinas de Epecuén se transformaron en un atractivo turístico internacional: escenario de películas, documentales, videoclips y producciones fotográficas. El complejo termal de Carhué volvió a crecer y la región recupera lentamente la actividad turística. “Vamos a paso lento pero firme —afirmó Partarrieu—. La gente viene a conocer las ruinas, pero también a intentar comprender lo que se perdió”.
La conmemoración de los 40 años incluyó la presentación de un libro de testimonios, una obra que —según el director del museo— vuelve a poner en primer plano las voces de quienes vivieron la tragedia minuto a minuto. “Muchos nunca volvieron. Otros vuelven y se quiebran. Para ellos, no pasaron 40 años”, sintetizó.
Esta entrada ha sido publicada el 10 de noviembre, 2025 17:55
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