Por segundos, Paola enfrentó cara a cara a quien se había metido en su camioneta. Había salido de trabajar en la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), como hace habitualmente. Estacionó su vehículo sobre 11 de Abril al 500, a solo metros de la sede educativa. Pero esa noche algo fue distinto: un hombre descendía de su camioneta justo cuando ella se acercaba. Y la reacción fue inmediata, visceral, atravesada por el miedo y la bronca.
“Lo enfrenté. Le grité ‘te bajaste de mi camioneta, estabas en mi camioneta’. Y él, con total cinismo, me dijo que estaba sacando a otro que estaba adentro. Pero no. Era él. Yo lo vi”, relató aún conmovida. Lo dijo con firmeza, con esa mezcla de indignación y desconcierto que deja un intento de robo a plena luz o más bien, a plena oscuridad de una ciudad que se presume tranquila.
La secuencia fue tan vertiginosa como confusa: cuando el ladrón cruzó la vereda, Paola intentó sacar el celular para llamar a la policía. Entre los nervios y la mochila, no pudo hacerlo de inmediato. Gritó. Pidió ayuda. Nadie frenó. Nadie bajó la ventanilla. La calle fue un eco indiferente.
“El tipo que estaba con él, con auriculares, actuaba de campana. Cuando el que se bajó de la camioneta quiso huir, se resbaló. Y ahí el otro me pega una piña en el pómulo derecho. Fue un golpe directo. Me quedé tildada, pero seguí gritando, corrí hasta Caronti”, contó. Un acto desesperado de defensa propia, de no dejarse avasallar por la impunidad.
Después, llegaron los patrulleros, las motos, la policía. “La verdad, actuaron excelente. Tardaron solo diez minutos. Se movilizaron todos. Los felicito”, reconoció. Sin embargo, la camioneta había quedado abierta. El susto, intacto. Y el golpe, también.
Paola cree que puede reconocer al agresor. Recuerda su rostro, su voz. Hizo la denuncia en la Comisaría Segunda. Y aunque todavía siente miedo “salí a la calle con miedo”, dice también pide colaboración. A los vecinos, a los consorcios, a quien pueda aportar imágenes o datos. “Ya me habían roto un vidrio. Pero uno no puede vivir con miedo. No me parece justo tener que pasar frío o andar a pie por temor”, dice.
La zona, explica, no es peligrosa. Pero sí hay puntos ciegos: obras en construcción, calles mal iluminadas, cámaras que no siempre ayudan y una comunidad que a veces prefiere mirar desde lejos. “Uno ve estas cosas en Buenos Aires, pero no en Bahía Blanca. Hay que hacer algo. No pueden quedar impunes. Que haya justicia.”
La camioneta, símbolo del esfuerzo familiar, fue salvada. Pero el golpe es más profundo: es la sensación de que todo lo ganado con sacrificio puede evaporarse en segundos.
