Una pileta sobre el techo. Una pared que se cae con solo apoyarse. Un hogar que ya no es hogar. Así recuerdan las vecinas del barrio Pampa Central la inundación que las arrasó, no sólo en lo material, sino en la certeza de vivir en una zona que ni siquiera figura como afectada.
“Fue espantoso”, repiten. La mañana en que el agua del canal se desbordó, muchas familias terminaron refugiadas en los techos. Otras debieron esperar horas hasta ser rescatadas por conocidos. La calle Martín Rodríguez, casi Pampa Central, fue el epicentro del desastre. Pero en los papeles oficiales, no. Para la Municipalidad, ese rincón de la ciudad no se inundó.
Y esa negación tiene consecuencias concretas: no hubo relevamientos, no se activaron ayudas completas, no se golpearon puertas para preguntar si alguien necesitaba algo. La ayuda llegó, pero desde otro lado: bomberos voluntarios, organizaciones civiles y vecinos que se asistieron entre sí, ladrillo a ladrillo, baldosa a baldosa.
“Algunas recibieron subsidios de Nación, otras de Provincia, y otras no cobramos nada”, cuenta una de ellas. Las casas, muchas de adobe, se desmoronan al tacto. Las medianeras ya no existen o están a punto de caer. Las puertas y ventanas desaparecieron.
“Yo soy peluquera y estoy metiendo todo lo que gano para levantar lo que se cayó. Trabajo en medio de la humedad, con hongos en las paredes, los techos vencidos y el miedo de que en verano se venga todo abajo otra vez”. Lo material es urgente, pero lo emocional también pesa. “Más allá de las pérdidas, queda el rezago emocional de volver a una casa destruida, sin puertas, sin ventanas, con las paredes cediendo“.
Las vecinas se organizaron. Tocaron puertas, buscaron ayuda y recurrieron a los bomberos voluntarios del Noroeste, con la esperanza de que una nota firmada y con respaldo sirva como grito colectivo: “Necesitamos que nos vean, que reconozcan que existimos, que acá también se inundó”.
Esta entrada ha sido publicada el 13 de junio, 2025 15:02
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