Patricia Quesada no solo perdió sus ahorros. Perdió la tranquilidad, la confianza y la posibilidad inmediata de proyectar su vida con libertad. Fue víctima de una estafa millonaria que no solo la despojó de lo que tenía, sino que además la endeudó con un préstamo que nunca pidió para ella.
“Me estafaron con casi 4 millones de pesos”, cuenta, todavía conmovida. Todo comenzó con un mensaje. Un link. Lo que parecía un contacto para “ayudarla con una transferencia”, se transformó rápidamente en una trampa cuidadosamente montada. Del otro lado, voces amables le indicaban que debía seguir unos pasos, realizar “simulacros” de préstamos que, le prometían, le serían devueltos junto con un supuesto reintegro por un suicidio en la familia. Le decían que estaba todo controlado, que recibiría el dinero completo. Pero nada de eso era cierto.
“El préstamo se hizo y me lo hicieron entregar para ellos. Esa plata, casi tres millones, se sumó a lo que yo tenía. Se llevaron todo”, lamenta Patricia.
Durante dos días, los estafadores siguieron manipulándola. Insistían con llamadas, audios, y hasta ofrecieron cinco millones de pesos como “reparación por daño y perjuicio”. Pero la condición era siempre la misma: que volviera a conectarse, que repitiera el proceso. “Ahí fue cuando les dije que no iba a hacer más nada porque ya no tenía de dónde sacar plata”, recuerda. Entonces, el silencio. Cortaron todo contacto. Y lo que quedó fue el vacío, la deuda, la impotencia.
En los días posteriores, Patricia no quiso hablar. El golpe no fue solo económico, también emocional. La vergüenza, el miedo, la sensación de haber sido engañada con un guión tan perfecto como perverso. “No hice la denuncia en su momento porque entré en una crisis de nervios, sentí vergüenza, pensé que era la única”, dice. Pero hace poco vio otro caso similar y decidió dar testimonio. “No quiero que le pase a otra persona. Y espero que no me vuelva a pasar a mí”.
Hoy, Patricia enfrenta una deuda que no generó, sin apoyo y con todos los temores que deja una experiencia así. A pesar de todo, decidió hablar. Porque nadie está exento de caer. Y porque contar lo que pasó puede ser el primer paso para que no vuelva a repetirse.
